UNA CUESTIÓN DE INTERPRETACIÓN
Gabriela Pousa, argentina, Licenciada en Comunicación Social y Periodismo
por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y Máster en Economía y
Ciencias Políticas por la ESEADE. Es investigadora asociada a la Fundación Atlas,
miembro del Centro Alexis de Tocqueville y del Foro Latinoamericano de
Intelectuales. Actualmente asesora a entidades diplomáticas, grupos
inversores y empresas en temas vinculados a política y economía. Es
conferencista en diversos foros de Análisis Político y colabora como
editorialista del diario La Nación de Buenos Aires. Es autora de “La opinión
pública: nuevo factor de poder”.
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La desorientación más absoluta es hoy la
característica intrínseca de la escena política. El grado de desconcierto
es atípico. Todo cuanto acontece tiene ribetes desopilantes. Cada discurso
de la Presidente es un unipersonal digno de ser llevado, en el verano, a la
costa o a Carlos Paz.
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Es sabido que hasta los funcionarios más aviesos, los que
la aplauden denodadamente, escuchan dislocadas a las palabras de las ideas, y
al relato de los hechos. ¿Por qué entonces asienten y rinden pleitesía una y
mil veces? Por la misma razón, por la cual la sociedad se mantiene en silencio,
haciendo catarsis en redes sociales o refunfuñando dentro de cuatro paredes.
Cinco letras nos unen irremediablemente: Miedo.
Mientras unos se preguntan cómo salir ilesos del laberinto en que se metieron,
aun siendo responsables de ello; los otros, es decir nosotros, nos interrogamos
acerca de cómo y cuándo termina todo esto. Y posiblemente algo de
responsabilidad nos quepa, aunque no lo aceptemos. En síntesis, podría decirse
que, de un modo u otro, todos estamos siendo cómplices del gobierno. Sí, suena
duro y feo.
En este contexto, Cristina Kirchner avanzó y seguirá avanzando, gozando de los
aplausos de unos y de los silencios del resto, aunque sólo le quede por
avasallar las libertades individuales, tarea que ha comenzado de un tiempo a
esta parte. ¿Por qué puede hacer esto? La respuesta es deleznable pero es más
simple de lo que parece: el pueblo se lo permitió y se lo sigue permitiendo.
En El Hombre Rebelde, Albert Camus sostenía que callarse es dejar creer que no
se juzga ni se desea nada. La desesperación juzga y desea todo en general, pero
nada en particular, y por ello deviene fácilmente en silencio. Lo furtivo y
efímero del último blandir de las cacerolas ha demostrado con claridad esto.
El pueblo argentino es reflejo de sus gobernantes. No cree en nada, por lo
tanto nada tiene sentido, no afirma valor alguno. Todo es posible pero nada
tiene importancia. Hasta la maldad y la virtud son azar o capricho. La acción
es reemplazada por el diletantismo, y así la vida se convierte en una espera.
En este ámbito, nada es verdadero ni falso, ni bueno ni malo. Y si acaso
adjetivamos algo en el instante en que acontece, el adjetivo caerá por inercia
en horas apenas. Un ejemplo: la confiscación de fondos de las AFJP causo estupor,
pero ya pasó. La vida sigue como un mar sometido, indiferente a cualquier
corriente. Si la apatía resta valor, no tiene sentido ser honesto, o no, basta
con ser el más fuerte.
Esto sucede en la Argentina. Cristina tiene un gran andamiaje comunicacional, y
una habilidad indiscutible para hallar artilugios que sumen a su intención:
perpetuarse. Necesita como nunca a la sociedad apática, anestesiada,
entretenida con nimiedades, debatiendo si Daniel Scioli hace bien en
enfrentarla, o si Tinelli ganó audiencia en su franja horaria. De espera en
espera -decía Epicuro- consumimos nuestra vida, y nos morimos todos en la
costumbre, en la rutina.
Lo asombroso no es que el oficialismo siga manipulando al pueblo con ficciones
y circos: Tecnópolis es ejemplo de ello. Lo viene haciendo hace 9 años. Lo
asombroso es que, desde el momento en que la sociedad toma conciencia de que
ese tipo de entretenimiento es una herramienta del poder, para mantener el
status quo, y el gatopardismo, no haya un rechazo generalizado a consumirlo.
Cristina Kirchner puede no saber de economía pero sabe de manipulación, y esta
es la cicuta de los argentinos. Bebida a conciencia supone un estado más grave
de lo que se piensa.
¿Por qué esta inclinación por gobiernos indignos? Es muy difícil aceptar algún
grado de culpa en todo esto. El “yo no la voté” sirve como atenuante para
redimirnos a nosotros mismos, pero no soluciona ni evita que vuelva a repetirse
una elección, sin apatía frente a lo elegido.
A esta altura se preguntarán qué es lo que se puede hacer. Rebelarse. No
tomando como rebelión el concepto vacuo de desorden, caos y disgregación, sino
todo lo contrario: expresándose, perdiendo el miedo a diferenciarse, dejando de
esconderse detrás de seudónimos o apodos que sirven de coraza pero no aportan
ninguna savia.
Jugarse no es pararse frente al delincuente y decir “aquí estoy máteme”, pero
tampoco es esconder la identidad por temor a una inspección impositiva. ¿No nos
da un poco de vergüenza que así sea?
Si los argentinos manifestamos temor a la visita de la AFIP, dejemos entonces
de quejarnos por quienes detentan el mando. Ellos han logrado su cometido.
Ganaron.
Este análisis trae a colación una nota que escribí sobre por qué Cristina es la
Presidente que Argentina debe tener hoy día. Y es que si acaso no es justo
aducir que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, hay sí que admitir
que cada país está demostrando tener un presidente que es reflejo de su gente.
Ya no se elige a los mejores sino a los semejantes, aunque tengan rasgos más
grotescos comparados con el grueso del pueblo. Hay coherencia en que Pepe
Mujica conquistara Uruguay; Evo Morales a Bolivia; Lula y Dilma a Brasil; Bachelet a
Chile, y Merkel a los alemanes. La hipótesis es polémica pero no parece ser
incierta. ¿Qué sucede con Hugo Chávez?- se interrogó a José Mujica. Su
respuesta fue contundente: “Para Venezuela está bien” Del mismo modo, si se
interroga por Cristina Kirchner se podrá decir que, para esta Argentina, está
bien. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? ¿Y por qué?
Narcisista, pagada de sí misma, ególatra, caprichosa, intolerante, no parece
muy distinta al argentino promedio. Desde luego las generalizaciones son
odiosas, pero es dable confesar que representa al conjunto social con una
exactitud difícil de negar. ¿O no se embelesó la clase media con las cuotas
para plasmas, mientras se desmantelaban las instituciones básicas? Y dentro de
las clases bajas, ¿no hay muchos que prefieren el plan social a trabajar, y tener
la notebook regalada?
Una sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó 72 horas por una
seguidilla de crímenes aberrantes y cuando llega el fin de semana, no recuerda
nada más; una sociedad que saca las cacerolas y sin que cambie un ápice, las guarda…
En definitiva, una sociedad que prioriza el bolsillo antes que la vida, no
dista considerablemente de parecerse a quién encarna el Ejecutivo Nacional. A
engañarse a otra parte. El espejo delata.
¿Qué podría hacer un Domingo Sarmiento en esta Argentina actual? Sarmiento
existió cuando los argentinos preferían la civilización a la barbarie; y al
progreso se llegaba de mano de la educación, no de un electrodoméstico.
Nos igualamos fatalmente a la Presidente. Ella incumple leyes, nosotros
rompemos reglas. Ella no escucha al otro, nosotros tampoco. Pretender que
cambie es como exigirle a un argentino que deje de ser ostentoso,individualista
o pedante. Si nosotros echamos la culpa a otros del gobierno que tenemos, ¿por
qué Cristina Fernández se haría cargo de su ineficiencia constante?
“No nos ahogamos por falta de oxígeno, sino por falta de capacidad en los
pulmones” La cita es de Franz Kafka. Y a buen entendedor pocas palabras…”