lunes, 26 de noviembre de 2012

SOBRE LA FERIA DEL LIBRO EN SANTIAGO

Feria del Libro...  Poca tela para cortar

Este año hubo mucho ruido y pocas nueces. El ruido estuvo a cargo de poetisas y poetisos que confundieron la feria con una peña folclórica.

 
Poca tela para cortar
 
 
Poco y nada tengo para decir de lo que pomposamente en Santiago se llama “Feria del Libro”. No iba desde que la hacían en la plaza Libertad, así que no tengo mucho para comparar. Sé que hace unos años hubo hermosos y comentados tole-tole por cuestiones de carpas que no se desocupaban a tiempo, por lo que el sector, digamos, “iluminado” de las letras de Pago Chico, criticó duramente a las mujeres que creen que hacer versos es poner las letras en filas verticales, unas detrás de otras. Esa vez no intervine porque, por suerte, no frecuento el mundillo culto de la provincia ni formo parte de él y ya es tarde como para que, a esta altura de la suaré, me haga el escritor.

De todas formas, lo más evidente de todo es que este año hubo mucho ruido y pocas nueces. Literalmente. Muchísimo ruido. Como el día que homenajearon a mi amigo, el vate Alfonso Nassif. En la carpa vecina había un grupo de entusiastas poetisas y poetisos que, al parecer, se confundieron de lugar y montaron una peña folclórica haciendo un barullo que te la voglio dire. El sonido de las guitarras, los bombos y las boleadoras de los bailarines atronó el aire de un lugar al que se supone que se va a leer, conversar sobre libros, hojear las últimas novedades, saber qué se dice en el mundillo de los literatos e intelectuales de Santiago. Pero las chicas, como se llaman entre ellas, andaban muy divertidas, por lo que nadie se animó a sacarlas del error, a decirles que eso no tenía nada que ver con las letras. Para cumplir con el ritual que el mundo moderno llama música de fondo, en esta ocasión hubiera sobrado con un violín, a lo sumo una guitarra bien tocada, no ese aporreo de cuerdas que algunos llaman rasguido, pero ni a eso llega.
 
Después se vio poco libro de autores del pago. Las dos o tres librerías amigas llevaron los suyos, por supuesto. Pero como viene ocurriendo últimamente, los locales volvieron a jugar de visitantes. Igual tengo un sentimiento ambivalente con esto de los libros santiagueños. Si se hiciera una feria dedicada a textos de autores nacidos o criados en este pago -pongalé que también se invite a otros autores y librerías del norte a traer la producción- al final se me hace que coparían la parada las entusiastas escritoras que el sábado arruinaron la presentación de Alfonso con su bochinche infernal. Para eso, mejor seguir como estamos. Digo, pero no estoy seguro.
Por otra parte no creo en las acciones voluntaristas para lograr que otro haga cosas que no quiere o para las que no está preparado, como en este caso: “vengan a ver, aquí hay libros, que son objetos que capaz que los sacan de la ignorancia”. A la gran masa del pueblo, diría el anónimo autor de la inmortal marchita, no le interesan mucho estas manifestaciones de cultura y prefiere la guaracha, qué quiere que le diga.
 
Quizás están condenados al fracaso los esfuerzos por lograr que el libro vuelva a ser un objeto al que todo el mundo recurra en procura de saber. Primero por la competencia abusa, masiva y obligada de la televisión y la radio. Después por Internet, que entrega lo mismo que un libro pero con musiquita, videos y sin ensuciarse las manos con tinta. Pero también por la moda que se ha impuesto en profesorados y universidades locales de hacer que los alumnos estudien con fotocopias de libros. Si fueran apuntes, vaya y pase, pero son fotocopias puras y duras. Al parecer, los profesores hacen una ensalada de varios autores para que no valga la pena comprar el libro de nadie y con eso es suficiente para aprobar cualquier materia. Conozco estudiantes de Ciencias Económicas, ¡de Ciencias Económicas!, que se están por recibir sin haber tocado jamás un libro. Estudiaron con unos pocos apuntes mal redactados y el resto fueron fotocopias. Como para hacer dulce. Y que levante la mano el profesor que pide libros, textos firmados por un autor o varios, encuadernado y con una editorial responsable para que estudien sus alumnos. Unito aunque sea. ¿No hay? Bueno.
El lema en esta ocasión fue simplote, como el de alguien que no hubiera abierto un texto jamás: “Imagina la región desde el paisaje del libro”, decía en los carteles. Pero quizás fuera para atraer a las masas incultas a saber algo de lo que alguien pensó como “la región”.
También hubo presentaciones, disertantes, encuentros de viejos conocidos, fotografías, mucho curioseo por aquí y por allá, lectura de poemas y ponencias varias y el ego inflado de unos cuantos que vieron su nombre impreso en un programa, que desde la tapa confundió a la gente con una muestra de analfabetismo y mal gusto que debe haber espantado a unos cuantos.
 
Por Juan Manuel Aragón.
Escritor. Periodista.
Santiago del Estero.



 

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