SE FUE EL NEGRO VERGOTTINI UN ABOGADO PENALISTA DE FUSTE
por Oscar Cachin Diaz
A los 62 años dejó de existir
este sábado el abogado Luis Eduardo Vergottini, tras sufrir una afección
cardíaca.
De entrada chocaba y parecía
antipático por culpa del énfasis excesivo con el que pronunciaba sus palabras.
Era un gritón que nunca dejó de comportarse como un alocado adolescente y mal
criado que buscaba hacer temblar los pasillos, los mostradores y las puertas
cercanas a los jueces toda vez que llegaba a plantear (siempre por escrito) una
mora, una falta de idoneidad o una violación de las autoridades judiciales o
policiales en perjuicio de su cliente detenido. Claro que no sólo gritaba.
También brillaba con luz propia en el concierto del foro local. Como abogado
defensor penalista, Luis Eduardo Vergottini, el “Negro”, quien murió este
sábado a raíz de una afección cardíaca, sobresalió y sacó grandes trechos de
ventaja por su dominio técnico-jurídico del vasto campo del Derecho Penal al
que conocía del principio hasta el final. Por ello fue el mejor; el escuchado,
el consultado y el formador de muchos muchachos y muchas chicas que llegaron a
su estudio jurídico (heredado de su padre, el también prestigioso doctor Juan
Vergottini), a quienes tendió su mano desinteresada y que hoy dirigen sus
bufetes en los que aparecen como destacados abogados defensores. “La
universidad los capacitó y está en ustedes convertirse ahora en los mejores
hombres de leyes releyendo o estudiando a los clásicos de la literatura
universal y, sobre todo, aprendiendo en la ‘universidad de la calle’ para
adentrarse en la idiosincrasia de nuestra gente”, eran los consejos rectores
del “Negro” Vergottini a sus colegas jovencitos que concurrían a su estudio
jurídico buscando iniciar el trabajo de penalistas. Y, una vez que advertía que
estaban encaminados, les retransmitía la misma premisa que le había dictado su
padre: “Nunca sean empleados públicos. Sean libres y no dependan de nadie. Caminen
los pasillos y cuando tomen un caso, por más sencillo que fuere, formulen presentaciones por escritos. No hagan lobby
con los jueces buscando sacar ventaja por amistad. Al contrario, hay que
aburrirlos con escritos de seis a nueves carillas”.
Con esas normas el “Negro”
Vergottini se abrió camino, ganó prestigio y le dejó su sello indeleble al
Palacio de Tribunales que era su segunda casa. Por ser libre se dio el lujo de
escribir una carta al entonces gobernador Carlos Arturo Juárez agradeciéndole
porque lo había escogido para proponerlo como juez del Crimen de primera
nominación. Elegantemente, rechazó el puesto “porque decidí ejercer mi
profesión de abogado por fuera de la Administración Pública”.
El personaje
Apasionado, Vergottini iba a
diario a la cárcel a visitar a sus defendidos.
Clientes en su estudio o amigos
del café de la mañana o del whisky de la noche, soportaban las bromas de todo
calibre o los apodos burlescos con los que, a modo de vendaval, arreciaba el
“Negro” a sus contertulios; algunas veces orillando la ofensa que ocasionaban
justificados enojos.
Su arista más temible asomaba en
los juicios orales en los que ejercía como abogado defensor. A su alegato
técnico-jurídico lo salpimentaba invariablemente con originales recursos a
favor de su defendido y en detrimento del fiscal y de la querella. Su
conocimiento y erudición de la Psicología le facilitaban tender trampas
infalibles con las que lograba hacer pisar el palito a policías y a testigos
ofrecidos por la parte acusadora que, por el paso del tiempo, no tenían
precisiones de horas o de fechas y titubeaban en sus respuestas.
Contrariamente, su defendido y sus testigos estaban afilados porque el “Negro”
los sometía a ensayos de jornadas enteras que les permitía luego en el juicio
oral desenvolverse con una soltura y una precisión que terminaban por convencer
a jueces y al público asistente. Del mismo modo, hacía gala -por haber
participado en tantos casos penales- de conocer a fondo el quehacer de la
Medicina Forense. Ufano, hacía planteos inverosímiles durante los juicios en
los que los médicos judiciales terminaban como enloquecidos por tantas
preguntas de Vergottini sobre cuestiones que no venían al caso o, directamente,
el paso del tiempo (cinco o más años) les imposibilitaba recordar el trabajo
que hicieron o que dejaron de realizar. Casi todas las veces salió airoso,
excepto una oportunidad cuando se le fue la mano en la defensa de un
colectivero llevado a juicio por el crimen de una jovencita estudiante, donde
un camarista se sintió ofendido y mandó arrestado al “Negro” Vergottini por 15
días a la escuela de Policía.
Decíamos más arriba que escribía
larguísimos alegados presentados con prolijidad y una redacción envidiable. Y,
en la parte estrictamente jurídica (con citas de la doctrina y de la
jurisprudencia), era habitual que arrancara sus exposiciones con párrafos de
los pensadores y escritores clásicos universales. Una vez, defendiendo a un
empleado al que sus patrones intentaban sancionar injustamente, Vergottini
encabezó el escrito con la siguiente frase de Cervantes en el Quijote: “A lo
que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja
ralea”. En otro caso, intentando burlarse de un juez recién nombrado y sin
experiencia, el “Negro” pidió la excarcelación de su defendido acusado de
homicidio citando el “Tratado de la Vida”, de Nazario Montes. El tal Montes era
un paisano cliente suyo residente en Bajo Hondo, departamento Juan Felipe
Ibarra, quien siempre decía que “la vida es apenas un vientito…”.
Otras travesuras del “Negro” se
refieren a llamadas telefónicas que hacía a los comisarios para sacar presos
por delitos leves. Con voz firme hablaba con al jefe de la comisaría y se
presentaba como el doctor tal, juez del Crimen en turno. Y, ordenaba; “Jefe, indague,
fiche y largue”. A los quince minutos, el reo estaba en libertad.
Los que lo conocimos reafirmamos
que con la partida de Luis Eduardo Vergottini nos dejó un excelente abogado y
un buen amigo: solidario, sensible y generoso que, apasionado con cada una de
las causas en las que intervenía, se jugaba por entero, muchas veces sin
percibir un peso porque sus clientes eran pobres.
Escribió dos libros que no los
publicó porque ni su amigo el ex
presidente del Superior Tribunal de Justicia, doctor José Antonio
“Chiqui!” Azar ni yo, que tuve una entrañable amistad con el “Negro”, quisimos
escribir los prólogos. Al primero lo tituló “Mis primeros 100 homicidios” y al
segundo “¿Qué será de la justicia?”.