domingo, 27 de diciembre de 2015


SE FUE EL NEGRO VERGOTTINI UN ABOGADO PENALISTA DE FUSTE
por Oscar Cachin Diaz





A los 62 años dejó de existir este sábado el abogado Luis Eduardo Vergottini, tras sufrir una afección cardíaca.
De entrada chocaba y parecía antipático por culpa del énfasis excesivo con el que pronunciaba sus palabras. Era un gritón que nunca dejó de comportarse como un alocado adolescente y mal criado que buscaba hacer temblar los pasillos, los mostradores y las puertas cercanas a los jueces toda vez que llegaba a plantear (siempre por escrito) una mora, una falta de idoneidad o una violación de las autoridades judiciales o policiales en perjuicio de su cliente detenido. Claro que no sólo gritaba. También brillaba con luz propia en el concierto del foro local. Como abogado defensor penalista, Luis Eduardo Vergottini, el “Negro”, quien murió este sábado a raíz de una afección cardíaca, sobresalió y sacó grandes trechos de ventaja por su dominio técnico-jurídico del vasto campo del Derecho Penal al que conocía del principio hasta el final. Por ello fue el mejor; el escuchado, el consultado y el formador de muchos muchachos y muchas chicas que llegaron a su estudio jurídico (heredado de su padre, el también prestigioso doctor Juan Vergottini), a quienes tendió su mano desinteresada y que hoy dirigen sus bufetes en los que aparecen como destacados abogados defensores. “La universidad los capacitó y está en ustedes convertirse ahora en los mejores hombres de leyes releyendo o estudiando a los clásicos de la literatura universal y, sobre todo, aprendiendo en la ‘universidad de la calle’ para adentrarse en la idiosincrasia de nuestra gente”, eran los consejos rectores del “Negro” Vergottini a sus colegas jovencitos que concurrían a su estudio jurídico buscando iniciar el trabajo de penalistas. Y, una vez que advertía que estaban encaminados, les retransmitía la misma premisa que le había dictado su padre: “Nunca sean empleados públicos. Sean libres y no dependan de nadie. Caminen los pasillos y cuando tomen un caso, por más sencillo que fuere, formulen  presentaciones por escritos. No hagan lobby con los jueces buscando sacar ventaja por amistad. Al contrario, hay que aburrirlos con escritos de seis a nueves carillas”.
Con esas normas el “Negro” Vergottini se abrió camino, ganó prestigio y le dejó su sello indeleble al Palacio de Tribunales que era su segunda casa. Por ser libre se dio el lujo de escribir una carta al entonces gobernador Carlos Arturo Juárez agradeciéndole porque lo había escogido para proponerlo como juez del Crimen de primera nominación. Elegantemente, rechazó el puesto “porque decidí ejercer mi profesión de abogado por fuera de la Administración Pública”.

El personaje



                     Apasionado, Vergottini iba a diario a la cárcel a visitar a sus defendidos.
Clientes en su estudio o amigos del café de la mañana o del whisky de la noche, soportaban las bromas de todo calibre o los apodos burlescos con los que, a modo de vendaval, arreciaba el “Negro” a sus contertulios; algunas veces orillando la ofensa que ocasionaban justificados enojos.
Su arista más temible asomaba en los juicios orales en los que ejercía como abogado defensor. A su alegato técnico-jurídico lo salpimentaba invariablemente con originales recursos a favor de su defendido y en detrimento del fiscal y de la querella. Su conocimiento y erudición de la Psicología le facilitaban tender trampas infalibles con las que lograba hacer pisar el palito a policías y a testigos ofrecidos por la parte acusadora que, por el paso del tiempo, no tenían precisiones de horas o de fechas y titubeaban en sus respuestas. Contrariamente, su defendido y sus testigos estaban afilados porque el “Negro” los sometía a ensayos de jornadas enteras que les permitía luego en el juicio oral desenvolverse con una soltura y una precisión que terminaban por convencer a jueces y al público asistente. Del mismo modo, hacía gala -por haber participado en tantos casos penales- de conocer a fondo el quehacer de la Medicina Forense. Ufano, hacía planteos inverosímiles durante los juicios en los que los médicos judiciales terminaban como enloquecidos por tantas preguntas de Vergottini sobre cuestiones que no venían al caso o, directamente, el paso del tiempo (cinco o más años) les imposibilitaba recordar el trabajo que hicieron o que dejaron de realizar. Casi todas las veces salió airoso, excepto una oportunidad cuando se le fue la mano en la defensa de un colectivero llevado a juicio por el crimen de una jovencita estudiante, donde un camarista se sintió ofendido y mandó arrestado al “Negro” Vergottini por 15 días a la escuela de Policía.
Decíamos más arriba que escribía larguísimos alegados presentados con prolijidad y una redacción envidiable. Y, en la parte estrictamente jurídica (con citas de la doctrina y de la jurisprudencia), era habitual que arrancara sus exposiciones con párrafos de los pensadores y escritores clásicos universales. Una vez, defendiendo a un empleado al que sus patrones intentaban sancionar injustamente, Vergottini encabezó el escrito con la siguiente frase de Cervantes en el Quijote: “A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea”. En otro caso, intentando burlarse de un juez recién nombrado y sin experiencia, el “Negro” pidió la excarcelación de su defendido acusado de homicidio citando el “Tratado de la Vida”, de Nazario Montes. El tal Montes era un paisano cliente suyo residente en Bajo Hondo, departamento Juan Felipe Ibarra, quien siempre decía que “la vida es apenas un vientito…”.
Otras travesuras del “Negro” se refieren a llamadas telefónicas que hacía a los comisarios para sacar presos por delitos leves. Con voz firme hablaba con al jefe de la comisaría y se presentaba como el doctor tal, juez del Crimen en turno. Y, ordenaba; “Jefe, indague, fiche y largue”. A los quince minutos, el reo estaba en libertad.
Los que lo conocimos reafirmamos que con la partida de Luis Eduardo Vergottini nos dejó un excelente abogado y un buen amigo: solidario, sensible y generoso que, apasionado con cada una de las causas en las que intervenía, se jugaba por entero, muchas veces sin percibir un peso porque sus clientes eran pobres.

Escribió dos libros que no los publicó porque ni su amigo el ex  presidente del Superior Tribunal de Justicia, doctor José Antonio “Chiqui!” Azar ni yo, que tuve una entrañable amistad con el “Negro”, quisimos escribir los prólogos. Al primero lo tituló “Mis primeros 100 homicidios” y al segundo “¿Qué será de la justicia?”.

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