por Demian Orosz
El relato estaba escondido en el cajón donde se guardan las historias incómodas. La niña de sus ojos, la nueva novela del escritor y periodista Vicente Muleiro, se mete en las bambalinas de un episodio sentimental que escandalizó a propios y ajenos en la década de 1950. Los protagonistas fueron Juan Domingo Perón y Nelly Haydee Rivas, una estudiante de secundario que se convirtió en su amante.
El romance entre el General y Nelita arrancó en 1953, tras la muerte de
Evita. Las jóvenes de la Unión de Estudiantes Secundarios visitaban con
frecuencia la Quinta de Olivos. Allí se produjeron los primeros intercambios de
miradas y los pasos de seducción apenas disimulados que culminaron en noches
tiernas y ardientes en las habitaciones del Palacio Unzué, la afrancesada
residencia presidencial que se ubicaba donde hoy se erige la Biblioteca
Nacional, en el barrio porteño de Recoleta.
Perón tenía 58 años, Nelly había cumplido 14. La historia de amor en la
que se habían enredado era el caldo de cultivo de todo tipo de chismes morbosos
sobre la relación entre el “tirano” y la niña que encarnaba el cuerpo violado
de la Nación.
Tras el sangriento golpe de 1955, a manos de la autodenominada
“Revolución Libertadora”, el largo exilio que iniciaba Perón dejó a Nelly
desamparada y la arrojó en un calvario. La dictadura la persiguió y acosó
también a su familia, en el intento de librar una orden de detención
internacional por estupro contra el presidente depuesto.
En La niña de sus ojos se recoge, además, una leyenda
urbana, que le otorga a la novela tintes melodramáticos y un punto de comedia.
En paralelo a la historia del romance prohibido y su infeliz desenlace, Muleiro
sigue los pasos de un loro hablador que había aprendido a cantar la marcha
peronista. Entre otras gracias, decía “Cuervo a la vista” cuando veía a un
cura, además de poseer todo un repertorio de puteadas de tono político.
Según cuenta la leyenda, sobre la cual la novela elabora su propia versión, tras el derrocamiento de Perón el loro (que en la ficción se llama Tehuelche) fue sacada del Palacio Unzué por el cocinero de la mansión y resguardado en una casa de la ciudad de Lanús, de donde un día se fugó. Pasó un tiempo saltando de árbol en árbol mientras cantaba Los muchachos peronistas, hasta que fue atrapado y fusilado por un pelotón policial.
En una nota final, Muleiro revela que una de las fuentes principales de
la novela fue el libro Amor y violencia, de Juan Ovidio Zabala, un abogado radical que defendió a Nelly Rivas en la causa judicial armada
por la dictadura tras el golpe. Cuenta también que los sucesos históricos
relatados, los personajes reales y algunos inventados se procesaron en una obra
de creación, con el “convencimiento de que las ficciones suelen entregar
certezas que finalmente resultan más necesarias”.
–¿Ya conocías la historia de Perón y Nelly? ¿Hubo algo por lo cual se activó la idea de escribirla?
–La activó algo que pasó en una reunión de amigos. Un periodista que hoy
tiene 102 años, Pepe Quintana, quien trabajó en el diario Crítica,
me contó la historia del loro que le habían regalado a Perón después de que se
muere Eva. Perón le había enseñado a cantar la marcha peronista y otro tics graciosos.
Cuando vino el golpe, al loro se lo llevaron a Lanús y tuvo una historia muy
particular, porque se escapó y andaba cantando la marcha por el barrio. Me
pareció que eso era un hecho que sumaba a la gramática de la resistencia y que,
además, tenía un paso de comedia. Entonces me puse a escribir sobre eso, pero
haciendo un paneo sobre la época me encontré con la estadía de Nelly Rivas en
el Palacio Unzué. Y bueno, me atrapó también esa historia. Sobre todo teniendo
en cuenta la masacre que hace con esa chica la Libertadora una vez que dan el
golpe. O sea que a la novela la disparó el loro, y después se cruzó con la
historia de Nelly.
–Me vengo a enterar, una vez que sale la novela, que había como una
leyenda urbana sobre estos animales, pero también me contaron sobre casos
específicos de algunos loros que efectivamente cantaban la marcha. Algo de eso
hubo. El decreto 4.161, de marzo de 1956, del gobierno de Aramburu, prohibía
cantar la marcha peronista, prohibía nombrar a Perón y a Eva, y cualquier
simbología del período de Perón en el gobierno. Entonces, estas cosas
clandestinas pasaron a ser representadas por estos animales. Después es difícil
deslindar cuánta potencia de realidad y cuánta leyenda hay, pero eso es precisamente
lo atractivo. Esa vacilación, de si fue o no, es el alimento de la ficción.
–Yo hago un estudio de ese período histórico antes de escribir, respeto
los datos macro, las fechas, pero después de estudiarlo lo olvido, para que la
imaginación haga su trabajo y encuentre otros sentidos que por ahí no son los
que te da la historiografía. Entonces sí, claro, por sobre los datos duros, cuasi
periodísticos, dejé librado el relato a la imaginación. Obviamente que la vida
emocional nunca se registra con fidelidad, ni siquiera en una autobiografía.
Cuando uno cuenta eso, ya está haciendo un registro que tiene que ver con lo
literario.
–Yo no creo que exista la novela histórica. Cuando uno hace un reflejo
de un período histórico, ya está contando otra cosa, lo está haciendo pasar por
el tamiz de la sensibilidad. No hay esa cosa llamada “objetividad”, ni siquiera
en el periodismo, mucho menos en la ficción. Qué fidelidad se puede rastrear
en El general en su laberinto, de García Márquez, sobre Bolívar. O
en Yo el supremo, de Roa Bastos, sobre el dictador paraguayo José
Gaspar Rodríguez de Francia o en El señor Presidente de Miguel
Ángel Asturias. Hay un respeto al marco histórico, y después está el escritor
buscándole sentidos nuevos, algunos de los cuales son deliberados y otros se le
escapan.
–El romance de Perón y Nelly fue un episodio que provocaba rumores
escandalosos: una chica de 14 años con un señor mucho más grande que, además,
era el presidente de la Nación. ¿La dictadura usó ese episodio para torpedear
la figura del líder?
–La Libertadora buscaba librar una orden de detención internacional para
capturar a Perón y tenía problemas muy serios para encontrar pruebas por el
lado del delito económico, la corrupción, digamos. Y se tomaron de la relación
con Nelly porque en términos legales era un caso de estupro, que configuraba
realmente un delito. Pero a diferencia de lo que sucede hoy, el delito de
estupro en 1956 era un delito de acción privada, no de acción pública. O sea
que si no había una víctima que se declarara como tal, no se podía proceder. La
gran presión de la Libertadora, y de ahí el vía crucis que vive Nelly, era para
que ella se declarara violada. Algo que no hace nunca, jamás dice algo así,
pese a que por mantener esa actitud prácticamente se le va la vida.
–Sería fundamentalmente distinto porque hoy el estupro es un delito de
acción pública. Y también teniendo en cuenta toda la visibilizarían que hay
sobre estos casos. Mientras escribía la novela, cuando elegí el tema y cuando
lo desarrollé como lo desarrollé, fui totalmente consciente de esto. Lo que
pasa es que hay más de una arista, por ejemplo, la que pueda provenir
correctamente de una visión de género. Pero también está la posibilidad de que
haya habido una elección. Yo no lo niego ni lo afirmo, por eso en la novela ese
aspecto queda en danza. Por otro lado, el tiempo juega impugnando ese tipo de
situaciones. Hoy, las fronteras entre lo que es normal o anormal es muy lábil.
Yo me propuse no juzgar a los personajes. Es obvio que en la figura de Perón
hay una característica que hace que la relación con Nelly no fuera casual. A
los 50 años, él ya estaba conviviendo con una chica mendocina de 17. A Eva le
llevaba 24 años. A Isabel le llevaba 36. O sea que hay una tendencia a
relacionarse con mujeres mucho más jóvenes. Cuando se casa, Perón tenía 36
años; y su novia, 20. Es una característica que han estudiado todos sus
biógrafos, sobre la cual hoy es muy difícil hacer algo así como un juicio
moral. Por supuesto que si alguien quiere, puede hacerlo. Pero a mi entender,
no es tan fácil decir unívocamente que eso debe ser juzgado de esa manera.
–Creo que ha resultado incómoda incluso para el peronismo, debido a que
es un personaje a quien la Libertadora pone en la vía judicial para incriminar
a Perón. No es rescatada por el propio peronismo porque no es una figura que se
politiza. En la novela lo cuento y lo acentúo: si algo tuvo claro Nelly era que
no iba a reemplazar a Eva Perón.
Ella iba a estar junto a la persona que amaba en otras cuerdas, en otras
pulsaciones, y sin el voltaje de la pasión política que tenía Eva. Entonces no
se constituye en una heroína perseguida del peronismo, aunque en verdad lo es.
Es una víctima, que corre la suerte y termina atada al destino de alguien
ligado a un movimiento popular, y encima es mujer. No hay altares en los que se
la considere una mártir. A mí me interesó rescatar el valor y la coherencia de
esa chica que defiende su lugar sin querer entrar en la historia política, de
la cual de todas maneras formaba parte.
–Eso también me pareció muy interesante novelísticamente. Cuando Perón
queda resguardado en la cañonera paraguaya, antes de poder exiliarse, le envía
cartas muy fuertes, en las que se ve un apego y una relación genuina. Pero
después de irse de Paraguay, él pierde el contacto con ella. Acá tampoco es muy
fácil impugnar o juzgar lo que le sucede a una persona en esa situación y con
esos sentimientos. Pero, en efecto, hay un momento en que Perón desconecta. Y
era un momento en que ella era perseguida por la dictadura, que la buscaba como
una víctima propiciatoria. Ella sufre una serie de calamidades.
–Sin duda que toda la carnadura que tiene un movimiento social con
liderazgos tan fuertes como el de Perón y Evita es pasto de la literatura. Y
hay otro componente que a mí me interesa mucho y le prestó atención en esta
novela, que es la circulación de leyendas y habladurías. La creación de fake
news, digamos, ya que la demencia periodística no es ninguna novedad. Todo
eso que bascula entre la realidad, la habladuría, el mito popular, sin duda es
atractivo para la literatura. Y eso, además, está muy presente especialmente en
toda la literatura latinoamericana. Toda la saga de los dictadores, toda la
novela del realismo mágico e inclusive las nuevas generaciones de narradores
latinoamericanos como Juan Gabriel
Vázquez o Jorge Volpi posan su mirada en eso, porque tiene una tremenda
carnadura dramática y de fantasía popular.
–Hay cosas que uno hace deliberadamente y hay otras cosas que aparecen
en el clima que uno está respirando. Yo no sé si son adrede algunos puentes que
se trazan, pero los hay. Uno de esos puentes es el armado del juicio, la
acusación a los padres de Nelly de cómplices de estupro, el apresamiento de
Nelly en un correccional de prostitutas donde casi se muere. Todo eso fue un
armado tremendo. Armaron incluso un tribunal ad hoc para
juzgarla. Eso puede tener correspondencia con armados actuales. Otro puente
inevitable es una cierta tendencia tanática, que consiste en matar al Eros
popular y poner a la muerte en danza. Es algo que aparece en contextos en los
que son arrinconados determinados proyectos políticos.