LA VIOLENCIA SOCIAL SE OPONE A LIMITES Y AL ORDEN PUBLICO
por Pinguy Juárez
La noche peligrosa en Santiago por la falta de vigilancia policial |
Santiago no está exento de sucesos que en el orden general
del país ocurren y se difunden ampliamente a través de los medios de
comunicación y que tienen que ver con episodios de violencia social de distinta
índole.
El signo de la intolerancia y la agresión ya es un hecho
común que se contrapone a los designios naturales de una comunidad organizada y
respetuosa que aprecia con resignación cómo han desparecido esos valores y debe
apelar en instancias críticas a la seguridad personal.
Indudablemente que los hábitos de vida de hoy cuentan con
nuevos estímulos que predisponen en un determinado momento a que aflore un
subyacente estado de agresividad, especialmente entre los jóvenes y que se
expresan a muy temprana edad en el ámbito escolar con el llamado y muy difundido
“bulling”.
Y esos estímulos son precisamente el generalizado consumo de
alcohol y drogas que se intenta infructuosamente combatir en Santiago y que se
muestra esencialmente en la juventud que no concibe una recreación sin que ello
esté ausente.
Con todos estos condimentos, es cierta entonces la
posibilidad de que en cualquier lugar público se generen incidentes y bataholas
que estallan cuando alguna situación rozó un interés personal o de grupo por
concebirse que la diversión supone un estado de libre albedrío sin medir abusos
o porque ello conspira con las sanas normas del respeto, la buena convivencia y
el derecho del otro.
REBELDIA INCONTENIBLE
Lo acontecido la madrugada del domingo en la estación de
servicios de Rivadavia y Roca, por caso, fue una mínima muestra de lo que
sucede en esas horas de un fin de semana santiagueño y podría develar que los
playeros de turno y hasta el mismo policía contratado para “seguridad” del
sitio se vieron impotentes de evitar los abusos cometidos por casi un centenar
de personas que coparon súbitamente esas instalaciones.
La lluvia torrencial que se abatía en esos momentos hizo
encontrar allí, bajo un amplio techo, el amparo de quienes debieron abandonar
los sitios de esparcimiento elegidos a la noche en la zona de Autopista y la
Avenida Costanera. Las estaciones de servicio están autorizadas a la venta de
bebidas frescas, pero no para ser consumidas en ese mismo lugar. Violar tal
norma es exponencial a las multas establecidas por las ordenanzas municipales.
Pero lo que no está contemplado en ninguno de los casos es
que quien ingresa su automóvil cuente con ellas y las consuma en el lugar. Eso
se vio en algunos de los que “coparon”
el playón, lo que patentiza que el alcohol no está ausente bajo cualquier contingencia.
A eso siguió la música que de un volumen discreto pasó a elevados niveles desde
otro rodado lo que alteró por más de dos horas el descanso del indefenso
vecindario. Por momentos el sitio se convirtió en un local de esparcimiento y
hasta bailable.
El personal de la playa y el mismo policía, se interpretaría
ahora, no pudieron imponerse a tamaño e inusual sorpresivo desborde donde hasta
hubo insinuaciones patoteriles. Seguramente adoptaron la pasiva actitud por
temor a incidentes de mayor tenor y ellos pagar incluso consecuencias físicas.
Lo que se imponía entonces era la convocatoria de un piquete
policial que apele persuasivamente a la restauración del orden y que pese a la
reiterada solicitud telefónica de algunos vecinos en ningún momento apareció. Pero aquí también el círculo pernicioso
tampoco cierra porque los representantes de la fuerza pública no solo son
desoídos cuando intervienen en estos casos sino que además tienen expresas
instrucciones de no actuar con más rigor en pro del amparo de los derechos
humanos. Esta consigna a las fuerzas de seguridad se ha establecido en todo el
país por instrucciones del gobierno de turno. Deben apelar al máximo la
persuasión y solamente emplear sus elementos de choque cuando las
circunstancias se agravan y responder por la integridad física de sus
componentes.
Como se apreciará entonces la noche, la diversión que se
torna en jolgorios mezclada con mala educación, violencia desenfrenada,
rebeldía y consumo de “estimulantes” que tiene cabida en cualquier parte. Cuidado,
que la sociedad entró decididamente en un estado selvático.