viernes, 11 de octubre de 2013

SE VA O SE QUEDA?


INCERTIDUMBRES  EN UN SISTEMA  INSTITUCIONAL ENFERMO
Por Jorge R. Enríquez


La enfermedad y la operación de la Presidente abren interrogantes acerca de cómo impactará este acontecimiento en la campaña, en las elecciones del 27 de octubre y, sobre todo, en los dos años que restan del mandato presidencial.

 Imposible saberlo,  porque en gran medida dependerá del alcance y los efectos de las dolencias físicas de la señora de Kirchner.  En principio, afortunadamente, no se trata de padecimientos invalidantes si todo se mantiene dentro de los cauces previsibles.

 De todas formas, la necesidad de los tratamientos y del reposo obligarán a la presidente a desarrollar un menor protagonismo. La asunción de Boudou es puramente formal, por un doble orden de motivos:

 1) mientras la presidenta esté descansando pero sin ninguna afectación de su lucidez, las decisiones fundamentales las seguirá tomando ella. No podrá participar de actos, no hablará constantemente, no usará la cadena nacional, no la veremos todos los días, pero seguirá al timón, con el economista marplatense reemplazándola en las cuestiones protocolares;

 2) si, por intervenciones quirúrgicas o por algún otro motivo, la presidente no está en condiciones de adoptar decisiones, tampoco será Boudou quien lo haga. Es Carlos Zannini, el Secretario Legal y Técnico, el verdadero hombre fuerte del gobierno. Zannini, en consulta con Máximo Kirchner y muy pocos más, se habrá erigido entonces en el presidente de facto de la Argentina.

 Boudou, además de ser cuestionable moralmente, tiene la peor imagen de un dirigente político en el país. Por otro lado, no cuenta con el apoyo de los ministros ni del peronismo. Ya Juan Manuel Abal Medina se sintió precisado a acotar el margen de maniobra del vicepresidente, al señalar que es Cristina Kirchner quien sigue En verdad, en un sistema tan personalista, no hay otro líder que el caudillo providencial.

Desde el punto de vista constitucional, la vacancia definitiva o transitoria de la presidencia no despierta mayores problemas. La Constitución prevé que en tal caso el presidente sea reemplazado por el vicepresidente.

 Dentro de los casos de acefalía -muerte, destitución, renuncia, ausencia del país y enfermedad-, este último puede ser el más problemático. Los otros se configuran objetivamente, en un momento determinado, y no dan lugar a discusiones una vez que se han presentado.

 La enfermedad tiene sus bemoles. En principio, no cualquier enfermedad justifica el apartamiento del presidente. Debería ser una dolencia que le impida o le restrinja de un modo significativo su plena capacidad de ejercer esa alta función.

 La cuestión más delicada es esta: ¿quién determina si se ha llegado a ese extremo? Ni la Constitución ni las leyes lo prevén con precisión. Como regla general, es el propio presidente el que debe llegar a esa decisión. Sin embargo, hay casos en que no está en condiciones de hacerlo. Imaginemos, por ejemplo, una alteración de las facultades mentales o una enfermedad que impida o limite las posibilidades de comunicación del primer mandatario.

 A falta de un mecanismo específico, el Congreso debería declarar la inhabilidad del presidente, con la misma mayoría calificada con que decide su remoción por juicio político, aunque, de ninguna manera se trate de ello, porque, desde luego, faltaría la nota de la responsabilidad política, pero una determinación de esa gravedad no podría adoptarse por mayoría simple.

 El caso más famoso en la historia argentina de una renuncia presidencial por enfermedad, si no el único, fue el de Roberto Ortiz. Ortiz había asumido en 1938, pero a partir de 1940 la diabetes lo obligó a delegar el mando en el vicepresidente y finalmente renunció a mediados de 1942. Las consecuencias políticas de esa renuncia fueron mayúsculas: Ramón Castillo abortó el proceso democratizador que Ortiz había emprendido y abrió las puertas al golpe del 4 de junio de 1943.

 En los Estados Unidos se dio una situación singular en 1919, cuando el presidente Woodrow Wilson sufrió un ACV que lo dejó imposibilitado de ejercer normalmente el cargo. Su esposa y algunos secretarios asumieron entonces un rol indebido. Muchos años después, en 1967, se incorporó a la Constitución norteamericana la Enmienda XXV, que prevé un mecanismo -con intervención del vicepresidente y de una mayoría del gabinete- para que el vicepresidente asuma la presidencia en caso de una enfermedad inhabilitante del presidente.

 Si la situación política y económica del país ya se enfrentaba a serios problemas antes de la enfermedad de la presidente, el panorama que ahora se vislumbra es aún más incierto.

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