Editorial del diario la Nación del jueves 30 de noviembre de 2017
Obras innecesarias, pobreza sostenida, grosero despilfarro de dineros
públicos y una enorme corrupción: el sello de los Zamora en Santiago del Estero
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Como antes lo hicieron los Juárez, el matrimonio Zamora administra la provincia como si se tratara de un bien propio. |
En la Argentina, por espacio de
décadas, coexistieron solapadas instituciones de carácter republicano con
costumbres propias del más rancio feudalismo. En varias provincias, mientras
las constituciones escritas prescribían una cosa, en la práctica, el poder era
ejercido discrecionalmente por quienes se habían adueñado de las oficinas de
gobierno y transformado esos Estados en verdaderas baronías feudales.
Es cierto que en la mayoría de
los casos su autoridad dimanaba de los votos obtenidos en las urnas. Su origen
democrático era, pues, legítimo, mientras que sus formas de administrar los
caudales provinciales, definir las políticas públicas, relacionarse con el
Congreso y la judicatura y tratar a la oposición resultaban despóticas. Con
base en los resultados electorales -siempre favorables- y con el pretexto de
servir al pueblo soberano, lo que hicieron esos señores feudales fue
enriquecerse, por un lado, y eternizarse en el poder, por otro.
Hasta hace dos o tres décadas,
las familias políticas "dueñas" de determinadas provincias se
mostraban intocables. Transcurridos los años, muchas de ellas desaparecieron
físicamente de la escena, con la particularidad de que los usos y los abusos
que definían sus modos de acción permanecieron vigentes allí donde un clan fue
reemplazado por otro de similar naturaleza.
Hoy, a poco de analizar la
geografía política de nuestro país, es fácil caer en la cuenta de que cuanto
dejó de existir en Neuquén, Catamarca y La Rioja subiste, en cambio, en San
Luis, Formosa y Santiago del Estero. En Formosa gobierna desde hace 22 años
Gildo Insfrán, mandamás absoluto al cual no parece preocuparle la falta de un
descendiente que continúe sus pasos. Aferrado al mando como si fuera un bien
propio, nunca se le pasó por la cabeza delegarlo en un vicario o en persona
alguna de su familia. Distinto es lo que ha sucedido en el tercero de los Estados
mencionados. Ahí casi podría decirse que dos dinastías -la de los Juárez y
ahora la de los Zamora han administrado su territorio en el último medio siglo,
sin más intervalos que un par de intervenciones federales.
No tendría sentido referirnos a
Carlos Juárez, ya muerto, y a su mujer, Nina, quien, anciana y olvidada, carece
de toda influencia. El dominio provincial de los Juárez es ahora continuado por
Gerardo y Claudia Zamora. Ellos son -el marido más que su cónyuge- los nuevos
dueños del poder santiagueño. Turnándose el uno con el otro en la gobernación,
siempre bajo el ojo vigilante del jefe del clan, llevan acumulados en la Casa
de Gobierno 12 años que se convertirán, dada su reciente victoria electoral, en
16.
Si se hubiesen dedicado sin
desmayo a gerenciar los recursos públicos con honestidad y hubieran puesto en
marcha un exitoso plan de desarrollo social y económico, como el desplegado en
otras provincias, sus afanes hegemónicos podrían disculpárseles al menos en
parte. Pero su gestión ha combinado, en dosis iguales, lo peor del
patrimonialismo y del populismo.
Con una mortalidad infantil del
orden del 11,5% de cada 1000 nacidos vivos, una cobertura de salud que alcanza
el 52,3% de la población, 4% de analfabetismo, 6% de hogares con acceso a Internet,
21,2% de hogares con gas de red y 21,9% con desagües cloacales -por citar sólo
algunos indicadores-, los números de Santiago del Estero transparentan lo que
es: una de las dos provincias con mayor pobreza (48%) e indigencia (18%) del
país. Y, claramente, es la última en términos del índice de desarrollo humano (mix de
ingresos, producción, salud, educación y ambiente).
Si el clan Zamora hubiera
heredado de su antecesor, hace uno o dos años, tamaño desbarajuste, existirían
razones para ser tolerantes. Porque nadie puede obrar milagros. Pero llevan en
la administración 12 años en los cuales se han manejado como se les dio la
gana. Tempranamente aliados con el kirchnerismo, la provincia fue, después de
Santa Cruz, una de las más beneficiadas no sólo por los adelantos del
Ministerio del Interior, sino también por las obras que financió la cartera que
estaba bajo la tutela de Julio De Vido.
Ese flujo fenomenal de plata
dulce, al margen de que pudiera haber engrosado los bolsillos de los
funcionarios, debió haberse volcado para satisfacer las acuciantes necesidades
de salud, educación, transporte y combate al narcotráfico que se enseñorean en
la provincia, y tienen a ese Estado sumido en la indigencia. Nada de eso
ocurrió. Por el contrario, hubo contratos multimillonarios -ninguno debidamente
auditado- que se canalizaron en la construcción de proyectos tan faraónicos
como superfluos y son una vergüenza a la luz de las carencias que sufren
poblaciones enteras viviendo en la miseria.
Llegar a la ciudad capital y
toparse con lo que, en la jerga del lugar, se denomina las "torres
gemelas" es todo uno. Construidas para albergar a parte de la
administración pública, no desentonarían en Nueva York, pero en Santiago
muestran la falta de consideración y el descaro del matrimonio gobernante hacia
la gente.
No es éste, con todo, el único
caso emblemático de cómo se despilfarran los dineros públicos. Esos dispendios
obscenos se encuentran también en el autódromo de Río Hondo y en un tren
construido de la nada para vincular la capital con la localidad de La Banda,
ubicada a 15 kilómetros.
Cuando sobra la plata y los
parámetros de pobreza e indigencia ya han sido reducidos a su mínima expresión,
obras como las apuntadas más arriba podrían ser bienvenidas, en tanto y en
cuanto no se pague por ellas el doble o el triple de los precios de mercado.
Pero cuando, inversamente, tomamos conciencia de lo que sucede en localidades
como Añatuya, parecidas a Biafra, hay motivos para pensar que al desinterés de
los Zamora por la pobreza santiagueña es menester agregarle un grado de
extendida corrupción.
Difícilmente este panorama vaya a
modificarse. Con un control casi absoluto sobre los medios de comunicación y el
Poder Judicial, la familia Zamora está en condiciones de perpetuarse en el
poder. Mas de la mitad de la población en condiciones de trabajar está empleada
en el Estado y los legisladores nacionales que les responden están claramente
consustanciados con estas prácticas autoritarias.
Los Zamora comenzaron siendo
radicales; luego, de la noche a la mañana, se convirtieron en kirchneristas
rabiosos. Más tarde, jugaron en favor de Scioli y ahora obedecen
obsecuentemente los dictados del oficialismo.
En Santiago del Estero nada
cambia, todo se transforma.