martes, 13 de diciembre de 2011

ALBERTO DE MENDOZA: ciudadano de dos mundos.

Cine Murió a los 88 años en Madrid
Por Marcelo Stiletano | LA NACION    
"Amo esta ciudad, soy un porteño enfermizo." Así cerraba Alberto de Mendoza su última entrevista con La Nacion, apenas dos semanas atrás, en la víspera del estreno local de lo que sería su despedida del cine y de la vida. Con La mala verdad , de Miguel Angel Rocca, título que sigue en la cartelera local, uno de los mayores embajadores artísticos que tuvo la Argentina en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX se reencontraba con su ciudad natal, que tanto quería y con la que tanto se identificaba a pesar de haber pasado buena parte de su existencia fuera de la Argentina.

La bronquitis que lo afectaba en ese momento se agravó en el último tiempo hasta convertirse en la insuficiencia respiratoria que provocó ayer su muerte en la Clínica de la Luz, de Madrid, donde se encontraba internado. La noticia provocó inmediata congoja de los dos lados del Atlántico. Al fin y al cabo, la vida había llevado a De Mendoza a convertirse en ciudadano de dos mundos, que lo sentían por igual como propio desde la admiración y el reconocimiento. "En España todos me consideran un señorito andaluz, y en la Argentina, como un malevo de Corrientes y Esmeralda", dijo en una de sus tantas visitas a Buenos Aires, cuando su figura ya era habitual en la pantalla europea. Este verdadero emblema de la porteñidad, que exhibía con orgullo esa condición desde su porte varonil, el gesto altivo y una voz que hablaba de largas noches de copas y charlas compartidas con los amigos del alma, fue al mismo tiempo la estrella internacional que llegó a filmar más de 100 películas fuera de la Argentina.

"Fui galán. Construí un tipo, una manera de vestir y de hacer. Ahora soy un actor de trayectoria", dijo en 2003, cuando estaba casi de vuelta de todo y no cesaba de recibir reconocimientos. Aquí no hay dudas: De Mendoza fue galán de principio a fin. "El último de la posguerra", como lo recordaban ayer algunos medios españoles enumerando su presencia en la pantalla grande de ese país. En la Argentina siempre conservó esa condición, más allá de que haya enriquecido sus mejores papeles con temperamento, convicción y una poderosa presencia escénica. Así ocurrió en los grandes clásicos del cine argentino que lo tuvieron como protagonista, empezando por la consagratoria El jefe (1958), primer film de Fernando Ayala. Brilló en grandes títulos, como Barrio gris y La bestia humana , pero también se lo recordará por haber participado en muchos otros clásicos de la pantalla local, en los albores de su carrera, entre las décadas del 40 y del 50: Su mejor alumno , La dama duende , Historia de una mala mujer , La cuna vacía y Filomena Marturano , entre muchos otros.

Había nacido en el barrio de Belgrano el 21 de enero de 1923 como Alberto Manuel Rodríguez Gallego González de Mendoza, hijo de padre andaluz y madre vasca. Quedó huérfano a los cinco años y cruzó por primera vez el océano (lo haría después innumerables veces) para instalarse en España, donde lo esperaba su abuela Isidra. Como en la canción de Violeta Parra, volvió a los 17 a Buenos Aires con el doble sueño de conquistarla y reencontrarse con su niñez perdida. Estudió interpretación, pintura y esgrima. Quiso ser bailarín, pero no pudo superar su torpeza. Fue habitué del Teatro Colón. Y como la experiencia del regreso fue tan fuerte como la del desarraigo, tironeado por las dos ciudades que sentía como propias, optó por volver a España a los 23 años en un viaje con escalas por toda América latina, que también lo marcó a fuego. Desde entonces se sintió porteño en Europa y ciudadano del mundo cuando regresaba, feliz, a la Argentina.

La lista de actores y directores con los que trabajó en su trayectoria internacional es innumerable. Diego Curubeto, en el segundo volumen de Babilonia gaucha , anota nombres de directores como Claude Sautet, Jacques Deray y Lucio Fulci, y de intérpretes como Lino Ventura, Ernest Borgnine, William Holden, Peter Fonda, Richard Attenborough, Yves Montand, Oliver Reed, Rosanno Brazzi, Louis de Funes, Jack Palance, Peter Cushing. "Salvo con la Loren y la Bardot, trabajé con todas las figuras de Europa y con todas el trato fue de igual a igual", dijo el actor que tuvo el privilegio de ser partenaire de Irene Papas, Marisa Mell, Elsa Martinelli, Ann-Margret, Elke Sommer, y muchas otras bellezas de su tiempo. Con todas ellas, según anota Curubeto, filmó policiales y films de suspenso ( El hombre de Marrakesh , Eran diez indiecitos , Temporada de caza ), comedias ( Delirios de grande za), obras de terror y hasta spaghetti westerns. Su incansable actividad abarcaba toda clase de títulos y géneros, desde los más recordados hasta los francamente olvidables.

La última gran etapa de su carrera la vivió en la Argentina durante los años 80. Al principio de esa década fue el gran protagonista de un resonante éxito televisivo, El Rafa . Le calzaba como un guante representar allí a un prototipo de la porteñidad, ese diariero que rivalizaba con su propio hijo (Carlos Calvo) por el amor de una mujer (Alicia Bruzzo). No alcanzó la misma popularidad, pero mantuvo el reconocimiento artístico en la pantalla chica poco después con El oriental , historia inspirada en las andanzas del legendario caudillo de Avellaneda Alberto Barceló. A la vez, resultaron muy logradas sus incursiones en el cine argentino de la incipiente democracia, donde exhibió con distintas variantes el tipo de personaje que mejor lo identificaba en

El infierno tan temido y Noches sin lunas ni soles .
De allí en adelante, su presencia en la pantalla se fue haciendo más esporádica tanto en la Argentina (presencias episódicas en Lola Mora , Cleopatra y la producción televisiva Hombres de honor ) como en España, donde Tapas resultó su trabajo reciente más elogiado. Por entonces, cargaba con el dolor del suicidio de su hijo adoptivo, el periodista Daniel Mendoza, ocurrido en 1992.

Se retrataba a sí mismo como "un buen tipo, chinchudo, perfeccionista, guapo y de mal carácter, pero leal".
No es difícil imaginar qué personaje le cabía mejor a este actor de raza, que siempre creyó más en la intuición y en la observación que en el método, y que se enorgullecía de su amistad con figuras de tan disímil origen como Aníbal Troilo, Yves Montand, Ernesto Sabato, Enrique Cadícamo, Tita Merello y Vittorio Gassman. Tomó del italiano una de sus frases predilectas: "Cuando uno ha llegado a conocer la vida y todo su misterio, viene la muerte".

Y aunque sus restos serán cremados hoy en el cementerio madrileño de la Almudena, nadie le quitará su máxima condición: el amor por Buenos Aires, la ciudad que llevó por el mundo como una segunda piel

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