Por Jorge R. Enríquez
El año que
termina comenzó con una mini crisis económica en enero. “Mini”, si la
comparamos con algunos de los estallidos que hemos tenido a lo largo de las
últimas décadas. Pero no era desdeñable. La fuga de divisas se profundizaba, el
dólar paralelo se incrementaba abruptamente, caían a pico las reservas del
Banco Central. Frente a esa situación, el presidente de dicha institución, Juan
Carlos Fábrega, un hombre sin formación académica pero con mucha experiencia en
materia bancaria, aplicó un remedio ortodoxo: entre otras cosas, subió las
tasas de interés de un modo abrupto y realizó una devaluación drástica.
El torniquete funcionó. Como funcionan los
torniquetes: frenando la sangría, pero sin proveer una solución de fondo. Si la
enfermedad no se ataca, los síntomas tarde o temprano regresan. La terapia
consiste en corregir los graves desequilibrios macroeconómicos y crear un clima
de confianza y seguridad jurídica.
Pero nada de eso se hizo. Por el contrario,
luego de algunos amagues que parecían –o fueron interpretados por los siempre
esperanzados actores económicos- dirigirse hacia el rumbo correcto, la
presidente eligió aferrarse al relato. Así, inició una infantil campaña contra
los “buitres”, en lugar de ponerse a negociar seriamente con los acreedores que
contaban no solo con la promesa de pago del Estado argentino en función de la
cual adquirieron bonos soberanos, sino con una sentencia firme en su favor
dictada por un juez competente. Nadie pretendía que la Argentina pagara el
total de su deuda inmediatamente y en efectivo, pero sí que encarara
conversaciones serias, de las que se desprendiera lo que los abogados
denominamos “animus solvendi”, es decir, voluntad de pago.
La actitud hacia los holdouts nos sumerge
otra vez en el default y en el aislamiento internacional. Esas cocardas, que el
populismo luce con orgullo, no son gratis. Le cuestan al país muy caras, en
términos de falta de inversiones y de créditos, que se traducen en menos
actividad y empleo.
El gobierno que declama no ajustar nunca,
ajusta todos los días. Su política para evitar un colapso financiero y
cambiario antes de fines de 2015 consiste en empujar a la Argentina a una
severa recesión. Sin divisas para importar insumos y sin alicientes para
exportar (el dólar oficial barato es usado como único instrumento
antiinflacionario), en el marco de constantes agresiones a la seguridad
jurídica, solo nos espera mantener la caída de la actividad. El ministro de
Economía (al que la presidente llama “Chiquito”), que ha fallado en todo, será
probablemente un exitoso propulsor de la recesión.
En ese contexto de inevitable declive, se
han intensificado las investigaciones judiciales sobre los oscuros negocios de
la familia presidencial y sus socios, lo que a su turno suscitó nuevos ataques
del oficialismo contra la independencia del Poder Judicial, que no hacen más
que confirmar las vehementes sospechas sobre aquellas irregularidades.
Se ha acentuado, asimismo, la presión sobre
los medios independientes, como el Grupo Clarín. Quienes venían a asegurar la
“pluralidad de voces” acaban de comprar, a través de sociedades afines, dos de
las pocas radios no oficialistas que quedaban, Radio El Mundo y FM Identidad.
Radio Mitre permanece como una isla dentro de un mar radiofónico kirchnerista.
El panorama es similar en materia televisiva.
El cerco sobre los restos de una sociedad
abierta se cierra con las desembozadas maniobras para incrementar la ilegal
inteligencia interna sobre adversarios políticos, jueces, fiscales y medios de
prensa.
Esta es la Argentina que concluye 2014.
Comprender la verdadera naturaleza de la situación que vivimos –signada por un
populismo autoritario que pretende eternizarse- es clave para que en 2015 no
asistamos a una nueva frustración histórica. Si los sectores democráticos
y republicanos no se unen y dejan de lado provisoriamente aspectos que serían
importantes en condiciones normales, pero que hoy son accesorios, la
fragmentación puede desembocar en una salida continuista, de funestas
consecuencias para nuestro futuro. Ojalá que la dirigencia política opositora
advierta la gran responsabilidad que le cabe y sepa estar a la altura de ese
desafío.
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