Somos la tercera provincia con el
índice más alto de deserción escolar.
Somos la cuarta con mayor
desnutrición infantil.
Somos la primera en sueldos más
bajos y en la única donde un médico cobra un contrato basura de $8500.
Somos 466 años de continuidad
casi sin fisuras de un sistema político que ha hecho de la pobreza un horizonte
estratégico, de la enfermedad un negocio, del analfabetismo una herramienta, y
de la pobreza un clima que favorece todo tipo de explotación.
Es verdad que no todo tuvo mala fe, que hubo
también errores, pero ello no exime a nadie de su cuota de responsabilidad.
Es sabido que quienes más pueden,
más deben!! Las culpas son tan repartidas como compartidas y solo un gesto de
infantilismo político puede llevarnos a creer que nada tuvimos que ver en este
fracaso colectivo.
En política los triunfos y fracasos
se conjugan siempre en plurales. No han sido pocos los que lucharon para evitar
lo que nos pasó y tampoco lo son quienes pretenden hoy iniciar una tarea de
reparación.
Tenemos que empezar a construir
ese espacio, ese sitio desde donde comprometernos con el destino de todos para
hacer un aporte fundamental a un debate que hoy está ausente.
Tengo la necesidad como creo la
tienen muchos de cumplir con el deber de comunicar y socializar saberes e
ideas, democratizándolos, haciendo que se vuelvan fértiles, de modo que lo que
tenemos para dar no se quede de manera estéril estancado en un lugar pequeño y
estrecho, sino que se convierta en la siembra que nos permita augurar días más
promisorios.
Tenemos que acercarles a todos y
en especial a los más postergados que son la mayoría de nuestros
comprovincianos, primero una explicación del porqué de sus desgracias, pero
luego de eso hay que darles también las razones que funden la esperanza de un
cambio posible.
Sabemos que en Santiago nacer pobre y morir
pobre es una tragedia, pero peor que eso es que nadie tenga la decencia de
explicarles el por qué.
Por esa causa no dudo en que la
peor corrupción es la de la dirigencia que ha instalado en nuestra cultura, la
perversa certeza de que la pobreza es inevitable.
Hay que terminar con la infamia
de esa burda mentira disfrazada de sensatez. En su lugar creo que debemos
ayudar a instalar otra certeza, que se constituya en el motor de nuestro
porvenir.
Hay que empezar la reconstrucción
de la idea de que un mundo más justo, más bueno y bello es posible.