domingo, 11 de septiembre de 2011

¿SE PROFUNDIZA EL "MODELO"?

 

por Jorge R. Enríquez

                                        El impacto del triunfo oficialista del 14 de agosto ha provocado un inocultable sentimiento de fracaso en la oposición.

Pero sería necio que los opositores modificaran sus posiciones en virtud de dicho pronunciamiento.  Pocas frases hay más falaces que la que dice que el pueblo siempre tiene razón. Primero, porque el "pueblo" no es un concepto unívoco. Es mejor hablar de mayorías, y estas dependen del sistema electoral. Por caso, en un sistema de una sola vuelta el "pueblo" puede ser el 30%.
En las elecciones últimas, el 50% - si no se atiende a las denuncias de irregularidades - votó por el kirchnerismo, pero el otro 50%, que, no es menos pueblo, votó por otras opciones.
Pero, además, la democracia no se funda en la idea de que la mayoría tenga la razón, sino en la idea de que la mayoría tiene el derecho de gobernar.
Y nada hay de antidemocrático en sostener que una mayoría circunstancial puede haberse equivocado. La bonanza económica es un fuerte argumento en favor del voto por un gobierno en funciones. No todos los ciudadanos tienen la información o el interés necesarios como para discernir cuánto hay en esa bonanza de mérito de los gobernantes y cuánto de factores ajenos a ellos.
Es que el votante y - es lógico que así sea  - escruta la foto instantánea, la del crédito fácil para provocar un festival consumista.
La bonanza económica se debe, sobre todo, al excelente contexto internacional. El precio de las materias primas, y en especial de la soja, alcanzó valores extraordinarios en los últimos años, y eso solo explica la mayor parte del crecimiento argentino.
Todo indica que, aún si el mundo cayera en una nueva recesión, el precio de la soja no descendería sustancialmente.
Sin embargo, eso no nos pone en situación de ignorar los problemas que pueden acuciar a la economía de nuestro país.
Por eso si el ciudadano dejara por un momento el flash fotográfico y pasara a mirar la película que, logicamente, abarca un lapso asaz prolongado advertiría que en un contexto de fuerte crisis internacional no hay economías blindadas, máxime cuando las tasas chinas de crecimiento dependen casi exclusivamente del comportamiento del precio internacional de la soja. Pero también le generaría preocupación la inflación real del 25 % anual, que, medida en dólares, arroja un registro del 10 % en igual plazo; las tasas de interés reales negativas desalentadoras de toda posibilidad de ahorro; el desborde fiscal; la desordenada política de subsidios; la distorsión de los precios de la energía y del transporte, etc.
Todo ello sin mensurar que hay otros bienes sociales más importantes que hoy, a la luz del placebo de la bonanza económica, no percibimos quizás porque ellos son intangibles, como la libertad, la seguridad y la calidad de las instituciones de la República.
Hoy pareciera que encandilados por el etéreo momento económico que vivimos, estamos impedidos de apreciar el desplazamiento de los auténticos valores que hacen brillar al bien común, que no es, por cierto, la suma de los bienes individuales sino las condiciones que debe alcanzar una sociedad para permitir a las personas su pleno desarrollo y progreso, tanto espiritual como material.
Una cosa es no enojarse con los votantes que no eligen lo que nosotros creemos mejor y otra muy distinta es declinar nuestras convicciones por obra de un resultado electoral.
Nosotros seguimos creyendo que el actual oficialismo no conduce correctamente los destinos del país. Seguimos pensando que su desprecio por los valores republicanos es muy nocivo, y no se trata sólo de valoraciones morales sino que tenemos la firme creencia de que el respeto de las reglas institucionales es una precondición del desarrollo económico.
Hay un símil muy útil que puede trazarse, si se compara lo que nos pasa con lo que podría pasarle a una familia.
Imaginemos que se trata de una familia de clase media, que vive al día, tiene un departamentito alquilado, un auto modesto bastante antiguo y envía a sus hijos a la escuela pública. Cierta vez, participa de un sorteo y gana una suma considerable, que no hubiera conseguido ni con veinte años de trabajo. Invierte el dinero y obtiene todos los meses una renta considerable.
Cambia entonces su estilo de vida. Compra un departamento en Puerto Madero, envía a sus hijos a colegios caros y adquiere un costoso auto alemán. Veranea en Punta del Este, come en los mejores restaurantes, viaja por el mundo.
Alguien le observa que lleva un tren de vida difícil de sostener, pero la familia puede contestar que la inversión sigue produciendo buenas rentas y que sus asesores financieros le han dicho que no hay expectativas serias de que esas rentas disminuyan significativamente. Y si lo hicieran, aún ganarían mucho más que antes de ganar el premio.
Lo que no ve es que mientras tanto sus gastos aumentaron considerablemente. Un economista prudente les diría que los gastos son inflexibles a la baja. En otras palabras, es fácil adaptarse a una vida mejor pero muy difícil descender. Por eso, si no logran nuevos ingresos, tarde o temprano sufrirán las consecuencias de su despilfarro.
Lo mismo pasa con la economía argentina. Aún cuando la soja se mantenga en altos niveles de precios, cierto día serán insuficientes para solventar un gasto público que crece a tasas mucho más altas que las de los ingresos.
Esa diferencia se financia con inflación, originada en el exceso de la oferta monetaria. Si el precio de las materias primas baja mucho, la crisis se verá más temprano; pero de todas formas está incubándose una crisis en el horizonte. No podemos prever cuándo ocurrirá, pero no es necesario ser un economista experto para prever que fatalmente ha de llegar.
¿Cómo evitarla? Siendo serios, no mintiendo sobre las cifras de inflación, dando verdadera seguridad jurídica (lo que excluye las arbitrariedades de Guillermo Moreno, por ejemplo) para atraer inversiones nacionales y externas, respetando las reglas de juego, eliminando subsidios innecesarios, etc.
Todo eso, claro, es lo opuesto al "modelo". ¿Lo hará el kirchnerismo triunfante?
Sería muy raro. Están convencidos de que la bonanza no se origina en el premio obtenido en un sorteo, sino en sus estrafalarias políticas.
El deber de quienes no creemos que ello sea así es no bajar los brazos y continuar diciendo nuestra verdad, aún cuando los tiempos no sean los más propicios para que sea escuchada. 

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