sábado, 2 de julio de 2011

EL FRACASO DE LAS INTERNAS.

 

por Felix V. Lonigro
Para LA NACION

Sábado 02 de julio de 2011
 
EN diciembre de 2009, el Congreso sancionó la ley 26.571, que cambió el sistema de "internas" y estableció que las agrupaciones políticas ya no podrán designar a sus candidatos para ocupar cargos públicos nacionales del modo determinado en sus estatutos, sino que deberán hacerlo a través de elecciones abiertas, obligatorias y simultáneas. Sin embargo, los partidos ya designaron a sus candidatos para las elecciones nacionales del 23 de octubre.

Los medios y la gente hablan ya de candidatos, cuando en realidad no puede haberlos hasta tanto no se celebren las mencionadas internas obligatorias. Mientras, los partidos sólo tienen "precandidatos", y si bien parecería absurdo realizar internas cuando las diferencias dentro de cada agrupación ya fueron dirimidas de una u otra manera, la ley señala que para que los precandidatos puedan convertirse en candidatos deben obtener, en esas internas, el 1,5% de los votos del padrón electoral nacional (en el caso de la fórmula presidencial) y el mismo porcentaje del padrón de cada provincia (en el caso de la elección de diputados y senadores nacionales).
La obligatoriedad de las internas o primarias también alcanza a los ciudadanos, que tenemos el deber cívico de concurrir a votar el segundo domingo de agosto en la misma mesa electoral en la que votaremos en octubre.

En las elecciones internas, los cuartos oscuros deberían contener todas las listas de precandidatos de cada partido político (que se destacarán por tener distintos colores), y cada elector podrá elegir, para cada tipo de cargo, al precandidato de una agrupación diferente, en cuyo caso habrá intervenido en la interna de más de un partido. Pero al haberse resuelto esas internas con antelación, las opciones que el elector tendrá en las primarias serán las mismas que encontrará en las elecciones generales, salvo los precandidatos que en aquella no alcancen los porcentajes señalados.

Indudablemente, el espíritu que guió al legislador de la ley de reforma política se ha desvanecido, ya que la dirigencia política trazó su propia estrategia y ha resuelto sus divergencias internas antes de la fecha prevista en la norma. Esta actitud revela un manifiesto desinterés en el procedimiento dispuesto por la reforma diseñada, cuyo anticipado fracaso es rotundo. Del mismo modo debe advertirse el fracaso de la estrategia del Gobierno, que al presentar el proyecto de ley de reforma política en el Congreso tuvo la velada intención de evitar que hubiera candidatos hasta apenas dos meses antes de la elección para no dar tiempo a que los de la oposición crecieran en la consideración del electorado.

Así, el sistema previsto en la última reforma no es más que la crónica electoral de un fracaso anunciado, que no sólo provoca el fastidio de los votantes, sino que obliga a destinar recursos a una elección que podría evitarse sin desmedro del sistema democrático. Si la legislación reflejara la voluntad del electorado, el Congreso tendría que ir trabajando en modificar el experimento de las internas abiertas y propiciar el retorno al sistema que regía antes, en el que cada partido decidía cómo y cuándo designar a sus candidatos.
© La Nacion

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